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¿Marbella somos todos?

¿Marbella somos todos?

Finalmente cayó ese jardín de las delicias llamado Marbella. Ese infierno donde lo imposible era lo cotidiano, donde la verdad se había convertido en una leyenda y donde el dinero lo había podrido todo como una mala hierba. Su caida era de esperar, que menos en un país en el que aunque no hay demasiada cultura democrática si que a veces se organiza una cacerolada que saca al ejército de una guerra ilegal o manda a un gobierno a la oposición por mentir hasta la saciedad.

Nunca he constatado una ilegalidad como las que sucedían en Marbella pero, sin embargo, si que constato algo peor en el día a día: la debilidad de la separación de poderes, la base del estado moderno. El roto hace pocas semanas sintetizó este orden de cosas con suma precisión. Una de sus viñetas decía: “si que hay separación de poderes, lo que pasa es que por la noche quedamos para cenar”. Esas cenas metafóricas son el peligro. En esas cenas es donde se impide la redistribución de la riqueza, donde se destruyen los ríos y los bosques y donde se trazan las calles frías y muertas del nuevo urbanismo recalificador.

En estos días, en los medios de comunicación y en la calle, se dicen cosas como que lo de Marbella es un asunto muy español, que los españoles somos así, sobornables, o que la corrupción es un mal endémico (esto último lo dejó caer el otro día en un debate sobre el asunto de Marbella en Cuatro nada más y nada menos que el secretario de comunicación del Gobierno, Fernando Moraleda). Dan ganas de decir ¡basta! De pegar un puñetazo en la mesa y mandar toda esa cultura de la resignación al infierno. Efectivamente, el plegarse a toda suerte de corrupciones más o menos directas es algo humano pero es verdaderamente desalentadora esa resignación, esa incapacidad de cambio, ese dejarse llevar por la somnolencia de la barbaridad.

Un problema de inteligencia

Recientemente, lei esa magnífica novela gráfica que es "Berlín, ciudad de pidras", del estadounidense Jason Lutes. La narración se desarrolla en el Berlín de la República de Weimar, en los años anteriores al nazismo. Una época llena de esperanza pero también de sombras, sombras que, como es sabido, terminaron proyectándose por Alemania y Europa. Tras leer esta obra, llena de lucidez y rigor, pensé que lo verdaderamente importante de una época para que no termine derivando en la tragedia es la inteligencia colectiva.

Un reto de la España actual es que la inteligencia se expanda por la sociedad. España precisa urgentemente de una renovación del sentido común. Marbella no somos todos, Marbella es producto de la mediocridad, de la torpeza, de la falta de miras. Según un índice de la ONU en Marbella se había llegado al máximo nivel de corrupción posible pues la delincuencia organizada había tomado el poder político. La mafia triunfa siempre que hay demasiados tontos que piensan que la inteligencia supone tener la cara de saltarse todas las reglas, tontos que admiran a personajes que en su vida serán incapaces de producir otra cosa que no sea un dinero manchado de falta de libertad y de carencia de ilusión. 

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