Los de Ono me acaban de regalar una PS2, no se muy bien porqué. A lo mejor es que a estas alturas no tener una es algo tan extraño que sin más te la dan, para enmendar el error. El caso es que cuando me comunicaron que me la iban a dar la noticia no me emocionó, incluso llegué a pensar en el problema de tener más cables y otra caja por casa.
Sin embargo, cuando me la dieron me fascinó el embalaje. Se trata del modelo básico, con un mando y ni un sólo juego al que jugar. Pero lo dicho, me fascinó el embalaje, muy japonés, muy de Sony. Una caja amarilla con una tipografía excelente de color negro y una foto de la videoconsola y del mando que la acompaña a escala 1:1 en la parte frontal. Al abrir la caja lo que encuentras es fascinante. Lo primero que llama la atención es el olor, ese olor de la electrónica impoluta. El embalaje es sencillamente perfecto y cuando sacas el monstruito te parece alucinante el tamaño, es pequeñísima.
Sobre el diseño industrial del aparato y de su mando sencillamente sólo puedes quitarse el sombrero: es genial. La ecuación de que la forma sigue a la función está llevada a su máximo exponente en este icono de la globalización electrónica (a propósito, viene preparada para conectarse a redes de banda ancha). También es genial el manual de instrucciones. Yo tengo ya dos aparatos de Sony, una cámara de fotografía y una de vídeo, y este manual tiene exactamente el mismo formato, con una estética a lo disco de Sigue Sigue Sputnik.
Total, que de repente con esa caja abierta comencé a sentirme un niño, rememoré cuando de crio iba a Madrid a subirme a las escaleras eléctricas de El Corte Inglés a ver las consolas Atari 2600. Así que ya sólo me faltaba una cosa: jugar con mi Atari, digo con mi Playstation 2. Pensando, pensando a que podría jugar me encaminé al videoclub y de repente vi que estaba totalmente claro. Había que jugar a un juego de la guerra de las galaxias, como aquellos cartuchos que ponían en las Atari del Corte Inglés en los que se veían los ATAT del Imperio Contraataca construidos con unos enormes píxeles. Así fue como me encontré con Star Wars Battlefront.
Jugando
Este videojuego es un poco el sueño de cualquiera de aquellos crios que asistimos a los estrenos en los 80 de alguna de las partes de la primera trilogía de la Guerra de las Galaxias en los cines. En él puedes controlar en un escenario tridimensional ambientado en los distintos planetas que aparecen en las películas a un miembro de los dos bandos: los rebeldes o el imperio. La verdad es que yo ni me lo pienso, las veces que he jugado he elegido soldados imperiales porque, la verdad sea dicha, a casi todo el mundo le hubiese chiflado meterse en la piel de esos soldados de trajes impolutos. A mi me gustan especialmente los soldados francotiradores que aparecen conduciendo motos en el Retorno del Jedi (digo lo de que son francotiradores porque así aparecen en el videojuego).
Por otra parte, la música es un un recorrido por todos los temas que se pueden escuchar en las películas y el sonido es sencillamente perfecto, con todo el repertorio de disparos láser y voces robotizadas digitalizados a la perfección. En el tema gráfico también es el no va más. Impresiona por ejemplo cuando se desencadena una tormenta de arena en plena batalla o cuando ves pasar naves por el cielo. Por otra parte, aunque el juego es de tiros no tiene nada de sangriento pues todo tiene una especie de aire de estar jugando al escondite y al te doy, bastante inócuo. De hecho está autorizada su difusión para niños de a partir de 12 años. Pues eso, mi estación de juegos 2 es sólo Rock and Roll, pero me gusta.