Héctor, la rata que casi llego al espacio y... volvió
Tengo la satisfacción de presentar en esta bitácora un reportaje de investigación que ha absorbido mis esfuerzos periodísticos durante dos semanas. En él rindo un homenaje a Héctor, la rata que en 1961 se convirtió en el primer animal enviado por Francia al espacio. Sin embargo, Héctor, con ser la protagonista de esta investigación, no deja fuera de lugar a otros cosmonautas animales. En estas líneas, cuya impresión a papel recomiendo encarecidamente, plasmó las aventuras de ratas, perros, gatos, monos, chimpancés, arañas, ranas, peces, grillos, y caracoles que supieron lo que es la gravedad cero.
Es por todos sabido que en 1957 la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas puso en órbita el Sputnik I. Este primer satélite artificial produjo el pánico en los Estados Unidos cuya población llegó a temer un poderoso ataque comunista desde el espacio exterior. La realidad era bastante distinta. El Sputnik, seamos sinceros, no era más que un pedazo de hojalata que apenas si era capaz de transmitir unos cuantos pitidos. Sin embargo, el mundo de aquella época no tenía nada que ver con el de hoy y por eso el Sputnik causó sensación. Los kioscos no tenían ni la cuarta parte de las publicaciones que hoy podemos adquirir en ellos pero estas, a diferencia de lo que ocurre hoy en día, tenían redacciones que podían ocupar un edificio entero. El mundo aún vivía en el misterio, el traje de los domingos existía de verdad, el cine seguía siendo una linterna mágica que infundía el respeto de la fascinación, la moda la marcaba Balenciaga, y cada paso que daba la ciencia no era considerado como un mero trámite sino que era recibido con ese temor romántico que producen los cuentos de fantasmas en torno a una hoguera.
El Sputnik supuso el comienzo de la carrera espacial entre las dos superpotencias de la Guerra Fría. Todos conocemos las imágenes de la pobre perra rusa Laika y de los monos norteamericanos lanzados para morir al espacio en pro del bien y del progreso de la humanidad. En el colmo del cinismo se oficiaron funerales de estado en la URSS presididos por Kruschev en honor de la pobre perra soviética. A mi personalmente me parece del todo detestable esta obsesión por lanzar animales al espacio a una muerte segura. El caso es que la carrera espacial entre soviéticos y estadounidenses eclipsó en buena medida la de la tercera potencia que se lanzó al espacio: Francia. El objetivo de este artículo es desempolvar alguno de los aspectos más fascinantes del amanecer de la carrera francesa hacia las estrellas y, sobre todo, rendir un homenaje a todos los cosmonautas animales.
Los franceses comenzaron sus sueños por alcanzar el cosmos lanzando cohetes que parecían atracciones de feria desde el desierto de Argelia, colonia francesa por aquel entonces. Esto, sin duda, tenía todo el aspecto de ser una idea del General De Gaulle. Este francés pertenece a esa casta de hombres de rostro solemnemente estirado que desde los tiempos de la guillotina ha dado al mundo el país de los Bonaparte. Los franceses son unos románticos incorregibles aunque también tienen su lado práctico. Esto me lo demostró en su día una bella francesa con la que tuve la suerte de hacer el amor frente a la fotografía de su prometido tras un recital poético. Otro claro ejemplo del romanticismo práctico francés son las palabras del General Degaulle cuando propuso con gran solemnidad a los independistas argelinos la independencia de la hasta entonces colonia etiquetándola como la paz de los valientes. La frase no está nada mal teniendo en cuenta toda la lista de las diabluras francesas realizadas en ese país del Magreb. Entre las más pacíficas está el citado lanzamiento de cohetes para intentar poner en órbita trastos de lo más variopinto.
Francia, llevada por su aspiración de ser una gran potencia, pronto vio la necesidad no sólo de lanzar artefactos hacia el espacio sino de dotar a estos de algún tipo de tripulación. Por ello se lanzaron a la caza y captura de aspirantes a astronauta. Los encargados de esta particular búsqueda de talentos comenzaron a desesperar cuando ni en los manicomios galos se logró encontrar a un solo insensato que quisiera meterse en uno de esos cacharros (y eso que en estos centros de salud mental aún abundan los que dicen ser el mismísimo Emperador Bonaparte). Sin embargo, no tardaron los responsables de la conquista francesa del espacio en encontrar inspiración en el trabajo de sus competidores soviéticos y estadounidenses. Si ningún ciudadano francés partía hacia el espacio lo haría algún miembro de la fauna francesa. No obstante, los franceses tenían dos preocupaciones a la hora de elegir al mejor animal posible. La primera de ellas era que su internacionalmente reconocido espíritu vanguardista les impedía el uso de perros y monos por ser estas especies las elegidas por sus competidores. Por otra parte, y ciertamente esta era la más importante cuestión, los cohetes franceses eran más parecidos a artículos de pirotecnia que a otra cosa. No eran lo suficientemente grandes para transportar a un animal ni de tan siquiera mediano tamaño. Por ello, hubo que echar mano una vez más de las pobres ratas, especie sobre la cual el ser humano tiene una especial fijación para someterla a todo tipo de torturas.
Cuando por fin todo estuvo listo para lanzar a la rata los franceses tuvieron la brillante idea de diferenciarse de los soviéticos y estadounidenses no sacrificando al animal en pro del bien y del progreso. El objetivo era que el ratón volviese sano y salvo a la Tierra después de su paseo espacial. Con ello Francia demostraría al mundo que pese a que se había apuntado a otra siniestra moda, el lanzamiento de hongos atómicos a diestro y siniestro, su interés por los derechos del hombre y de los animales quedarían más que demostrados con este magnánimo gesto hacia el primer cosmonauta roedor. Así pues todo estaba preparado para que la rata Héctor, como así se llamaba, iniciaría su viaje hacia los cielos.
El 21 de febrero de 1961 desde las instalaciones del polígono de lanzamiento de Hammaguir en pleno desierto del Sahara, cerca de la frontera con Marruecos, en un emplazamiento que ofrecía características de aislamiento y soledad únicas no sólo respecto de la eventualidad de un accidente sino, sobretodo, para mantener lejos de los ojos curiosos los progresos de Francia en materia espacial Héctor fue introducida en un cohete con nombre de mujer fatal: Veronique. Este primer astronauta francés sin embargo no llego a serlo completamente pues Héctor alcanzó los 110 kilómetros de altura llegando por tanto a la ionosfera, el espacio exterior se encuentra a unos mil kilómetros de altitud. La cápsula que la transportaba cayó finalmente a unos 45 kilómetros del punto donde fue lanzada. Miembros del Comité des Recherches Spatiales, el organismo francés que en aquel momento se encarga de la carrera espacial francesa, se lanzaron a la búsqueda de Héctor. Cuando la cápsula fue abierta la emoción embargo a los presentes. Héctor estaba en su interior vivita y coleando. Un mes más tarde el soviético Yuri Gagarin se convirtió en el primer humano que alcanzaba el espacio exterior e inmediatamente fue proclamado héroe de la Unión Soviética. Sin embargo, la heroicidad de Gagarin no ha de ensombrecer a la de sus colegas animales pues para que Gagarin realizase su proeza primero hubo de morir de forma espantosa la pobre perra Laika, la cual fue sacada de su vida de perra vagabunda por las calles de Moscú para agonizar muerta de miedo fuera de su planeta natal. Volvamos a la carrera francesa.
Para que uno de los aparatos franceses lograse alcanzar el espacio exterior hubo que esperar al 26 de noviembre de 1965. Ese día un cohete Diamant-A, a bordo del cual viajaba el satélite Asterix, un ingenio que constaba de un simple transmisor de radio. Asterix no llegó a transmitir jamás debido a que durante el lanzamiento se dañó la antena del vehículo pero el logro no era menor ya que la puesta en órbita de la carga científica, utilizando tecnología gala, convertía a Francia por fin en la tercera potencia espacial del mundo.
Sobre el asunto de los sucesores franceses de Héctor hay que decir que estos fueron seis. El 15 de octubre de 1962 un cohete Veronique AGI37 lanzó la rata Castor a 120 kilómetros de altura, fue recuperada al tiempo. Peor suerte sufrió la rata Pollux, primera víctima mortal de los lanzamientos franceses, lanzada tres días después de Castor a 110 kilómetros de altura. El 24 de octubre del mismo año fue lanzado un gato cuyo nombre se ha mantenido en el anonimato. El resultado de la misión fue desastroso pues esta fracasó de pleno y el animal murió sin ni tan siquiera alcanzar la altura esperada por los franceses. Un año después, el 18 de octubre de 1963 se lanzó al gato Felicette a 155 kilómetros de altura, afortunadamente fue rescatado. El siete de marzo de 1967 una nueva serie de cohetes, la serie Vesta, lanzó al primer mono francés al espacio, Martine, a, nada más y nada menos, que los 243 kilómetros de altitud. Martine fue rescatado con éxito. El 13 de marzo del mismo mes el mono Pierrette alcanzó los 234 kilómetros de altura siendo también rescatado con éxito.
Con el lanzamiento de estos animales las prioridades francesas cambiaron. Cuando los argelinos, por fin libres, decidieron mandar a los franceses a freír espárragos con sus cohetes a estos no les quedó más remedio que buscar otro emplazamiento para lanzarlos. Tras rebuscar por los restos del menguante imperio francés decidieron dar el salto a América del Sur e instalarse en el Departamento Ultramarino de Guayana. Desde la selva tropical se lanzaron, y se lanzan, todo tipo de cohetes pero desde allí ya no ha salido ningún animal. Hoy Francia y la Agencia Europea del Espacio se dedican a lanzar artefactos más rentables y menos peligrosos para el reino animal.
Sin embargo, el envío de animales al espacio no cesó por parte de otras potencias espaciales. Tras el envío de ratas, perros, monos, chimpancés, y gatos se ha procedido a enviar especies de lo más variopinto. Así, el 28 de julio de 1973 la araña Arabella, de nombre sorprendentemente parecido al papel que interpretó en 1968 Jane Fonda en la película de ciencia ficción psicodélica Barbarella, llegó a la estación orbital estadounidense Skylab. El reto era averiguar si esta araña sería capaz de tejer una tela en condiciones de gravedad cero, prueba que superó con esfuerzo pero con enorme éxito. Por su parte en 1990 los japoneses llevaron a la estación espacial soviética MIR tres ranas aunque no he podido documentarme sobre el objetivo de tal viaje. Finalizo este artículo con la misión de transporte de animales que a mi juicio es la más insólita de todas las que se han realizado hasta la fecha. El 17 de abril de 1998 el trasbordador Columbia puso en órbirta, nada más y nada menos, que a esta tripulación: 170 ratas recién nacidas y otras cuantas embarazadas, 229 diminutos peces, 135 caracoles, cuatro peces sapo, y 1500 huevos y larvas de grillo. La excusa de poner a todo este zoológico en miniatura en órbita era la de investigar como afectaba al cerebro de todos estos bichitos la falta de gravedad. Desconozco si hubo víctimas pero por lo nutrido del grupo tal cosa es altamente probable.
No puedo finalizar estas líneas sin rendirme a la heroicidad de estos amigos que, con frecuencia, sonriendo se dejaron embarcar en toda suerte de vehículos espaciales; muchos de ellos de dudosa seguridad. A todos ellos están dedicadas estas líneas y muy especialmente a los que en esos vuelos perdieron la vida. Descansen en paz.
2 comentarios
manuel -
victoria hernandez rocha -