El último viernes de agosto
Contrariamente a lo que alguno pueda pensar por el título de este artículo no lo escribo triste aunque, ciertamente, suena melancólico.
En este último viernes de agosto el calor no ha cesado, aunque ha perdido algo de su fuerza. Entre las cuatro y cuarto y cuatro y media de la tarde, hora en la que camino hacia el trabajo, en la calle hay locos recostados en bancos sin entender las velocidades del tiempo, chinos que dormitan a la puerta de sus negocios, camareros que miran la televisión sin entender las imágenes, rumanos que tocan el arcordeón por terrazas en las que algunos ojerosos empleados de banca toman café y un chico que cuenta sus desamores a una amiga, que bosteza, de la que está secretamente enamorado.
Yo camino entre todos ellos y ellos no saben lo bien que a veces me caen, lo complice que me siento de ellos, porque, sencillamente, nunca hablo cuando camino hacia el trabajo.
Me he vuelto a dejar el bigote, el bigote de fresa.
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